"MARIAN"



La multitud corría en medio del silencio.  


Un relámpago cayó cerca de la torre.


En un segundo, se oyeron cien mil sonidos, lamentos y quejidos.  


Gritos de locura y desesperación.


Gritos y más gritos. 


La dulce mujer de ojos verdes, se aproximó recatadamente al grupo de individuos malheridos.  


Sintió pánico. La sangre y el sudor se mezclaban para dar paso a un maloliente cuerpo, medio putrefacto y roto de dolor.  


Millones de insectos volaban por encima de sus cabezas y de sus heridas sangrantes.  


Millones de larvas recorrían sus entrañas. 


Corrí a su encuentro.  


Ella ya no estaba allí.  


Sus ojos en la penumbra parecían más negros y tristes.  


La ayudé a salir de aquel agujero y comenzó a llorar.  


Su espalda se irguió cuando escuchó sonar su nombre: - ¡Marian! 


El sonido ruidoso de los trenes y el humo no dejaban respirar tranquilamente.  


Marian se asustó. Venían de nuevo a por ella. Tenía que huir, tenía que volver a huir. 


A empujones entre aquellas personas tristes y cabizbajas, Marian corrió y corrió. 


Llegó a un lugar lleno de naturaleza. La calma estaba cerca.  


Los sonidos de su nombre la perseguían: - Marian, Marian…- Decían una y otra vez. 


Cuando se giró, observó aquellos cientos de hombres armados, con furia en sus ojos.  


La odiaban, la matarían, no sabía que hacer, ni por donde escapar. 


De repente, encontró un agujero en medio de la maleza.  


Sorprendida y temblando aún, se acurrucó en él.  


Un sonido extraño la perturbó. Una luz intensa y un silbido potente la hicieron desmayar. 


Cuando despertó del sopor, Marian no pudo reconocer el lugar.  


Estaba oscuro y lleno de mugre. Pequeñas lucecitas brillaban encima de su cabeza y debajo de sus pies.  


Una mano, de pronto, la tendió en sus brazos. Era gélida y fría y palpitaba.


Caminando descalza llegó a la torre.


El relámpago volvió a caer.  


El silencio se convirtió en vida.  


El mar regresó a la calma y el mundo respiró de nuevo la paz eterna.


(Carolina Sánchez Molero)

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