"Ponte en mi lugar"

Esta tarde rebuscando entre las fotos viejas de mamá, he encontrado una en la que sale mi abuelo Juan.

Yo no llegué a conocerlo y sin embargo, siempre ha formado parte de mi vida. 

Cuándo yo nací, él ya llevaba en el otro lado unos cinco años. Ni siquiera mi hermano Pedro, que es mayor que yo ocho años, recuerda al abuelo. Aunque muchas veces presume de que lo conoció. Y pone en su boca, palabras y la memoria de mamá o de la abuela:

“Éramos inseparables. Uña y carne…”.

Pero no nos ha hecho falta verlo en vida para conocer cada detalle de él… O eso creía yo. Hasta que he visto la fotografía.

Mamá siempre me dijo que ella había sido adoptada… Que los abuelos no podían tener hijos y que por eso, tanto ella como el tito Gregorio, fueron adoptados cuándo tenían un año.

Detrás de la antigua foto, pone:

“De cuando fui Juana. Recordar el pasado para vivir el presente. Firmado: Juan. Enero de 1949.”…

En la imagen se ve una niña de unos diez años, con pelo largo y trenzas. Lleva un vestido corto y posa con el ceño fruncido y visiblemente incómoda.

Al leerlo, se me ha erizado la piel y he sentido como un mar de emociones subían hasta mi garganta.

Sin querer he dado un grito.

Mi querido y recordado abuelo Juan fue considerado por los demás en algún momento de su vida, como una niña y quizás como una mujer.

No sé si mamá lo sabe.

Es posible que no. Por lo menos a mí nunca me lo ha dicho y ha tenido ocasión de hacerlo muchas veces.

Sobre todo desde que di el paso y comencé con la testosterona y pude pasar por quirófano y dejar de ser “mujer,” a los ojos de los demás.

Ahora, cuando me miro al espejo y me observo, no puedo dejar de sonreírme.

Los sueños se cumplen. Es verdad.

Y esta foto me ha revuelto por completo.

Ojalá hubiera podido mirar a los ojos del abuelo y haberle dado un abrazo sin final.

¿Cuántas veces se sentiría solo?

Como yo… Incomprendido y con la autoestima por los suelos.

Sin entender el porqué su parte exterior no se correspondía con su realidad.

Y en una época tan dura para el colectivo…

Papá no ha dejado de llamarme cada día desde que me operé.

Parece que no ha llevado muy bien mi transición…

Me dice con la voz entrecortada: “mi peque… Mi princesa. Mi amor”.

Y creo que está aún en duelo por la muerte de algo que nunca fui. Nunca…

Pero él no me quiso escuchar ni creer cuando lo decía.

“Es solo una etapa… No digas tonterías”.

Y sí, yo también tengo esas fotografías con coletas. Y la mirada perdida.

Abuelo… Mi amado abuelo.

Al primero que voy a ver cada vez que entro a casa de la abuela. En el aparador de la entrada está tu imagen y una vela siempre encendida. Te cuento como me siento y te lanzo un beso al aire, mientras susurro: “Te quiero, abuelo”.

Muchas veces la abuela me mira escondida detrás de la puerta de la cocina. Y sé que llora y que lamenta cada día que no nos viste crecer.

Y más desde que mi incipiente tripa, delata mi futura y cercana paternidad.

A pesar de ser de otra época, la abuela siempre ha sido muy progresista.

Fue la primera que se alegró por mi embarazo. No la he visto sorprendida ni preocupada en ningún momento y ahora sé el por qué.

Ella te amó y te ama tal y como eres. Tal y como fuiste.

Sus historias y cuentos me gustaban mucho, cuando las narraba siendo el abuelo el protagonista.

“Ponte en mi lugar, Fernanda. Decía siempre mi Juan cuando regresaba de la fábrica… Hoy estoy cansado pero mañana te prometo que saldremos a pasear en cuanto vuelva”.

“Ponte en su lugar”. El consejo de la abuela para todo.

Por eso nunca entra en disputas.

Y casi todo le parece bien.

Menos cuando ve que sufro por la falta de empatía a mi alrededor.

Cuando me desespero por encajar en un mundo que no está hecho para mí. Y me desanimo cuando me dicen que siempre seré mujer haga lo que haga…

“Tus genitales no definen quién eres. A quién narices le puede importar lo que tienes entre las piernas…”.

Realmente se enfurece y cambia el tono de voz. 

“Y si dejas que los demás decidan tu vida, tu barco quedará a la deriva. Nunca dejes en manos de nadie tu felicidad”.

Es tan sabia. Y tan bondadosa…

Creo que demasiado.

Cuando me enredo en mis obsesiones y paranoias varias, me abraza y me da un largo beso en la frente:

“Eres espectacular. Que no se te olvide”.

Sentir una vida dentro era algo que había descartado por completo.

Siempre quise ser padre, pero la sociedad volvía a gritarme como me tenía que comportar ahora que “soy hombre”.

“Si quieres ser hombre, tienes que serlo por completo y aceptar el rol que tienes ahora”.

Eso me rompió. Y sufrí mucho durante largos años. 

Una tarde mamá, me acompañó al ginecólogo para una revisión rutinaria y me “despertó”:

“Quizás estás viendo las reglas del juego desde una visión muy radical. ¿Quién dice qué no puedes engendrar vida en tus entrañas? Puedes hacerlo… ¡Eres un hombre con suerte!”.

Y sí. Soy una persona con mucha suerte. Y dentro de poco, un papá afortunado.

Un papá que no decidirá por la nueva vida que hay en mi interior. Que sabrá explicarle cuando crezca, que las diferencias las creamos nosotros y que él o ella o elle, será lo que se proponga.

Como dice la abuela, es mejor ponerse en el lugar del otro y sentir con su piel como vive y como respira.

Los tiempos han cambiado para mejor.

O eso espero.

Ponte en mi lugar.

Nunca des por sentado como siente quien está delante de ti.

Ni en el metro, ni en tu trabajo, ni en tu propia familia.

¿Verdad abuelo Juan?

Tan solo ponte en mi lugar.


(Carolina Sánchez Molero)

Foto de pixabay. Autor: StockSnap


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