“El Espejo”
He vuelto de detrás del espejo.
Desde que me fui aquella fatídica noche, nada a mí alrededor
ha cambiado.
Nadie me espera y nadie recuerda quién soy.
Yo sigo sintiendo el frío del cristal en mis huesos.
La maldición de mi familia, inscrita desde que yo recuerdo,
en una de los relieves del friso de la puerta que daba al gran salón de la mansión
familiar, era clara:
“El día que entiendas
que no eres tan importante,
Caerás sin remedio en
un profundo agujero,
Que te llevará a la
perdición”.
Yo no comprendí aquellas palabras hasta aquella noche.
Mi nombre es Luis. He vivido siempre rodeado de lujos y esto
me ha hecho conseguir todo aquello cuanto alguna vez he deseado.
Casi nadie a lo largo de todos estos años, me ha levantado
la voz, ni me ha llevado la contraria.
Nuca he creído en la bondad humana ni en el amor.
Siempre he tenido la última palabra.
Un afortunado sin dudas, ese he sido yo.
Provengo de una de las mejores familias. Una familia digna
de alabanzas por sus riquezas materiales. Andamos orgullosos por la calle, con
la barbilla bien alta. Siempre llevamos trajes de marca, que podrían alimentar
a varias familias. Pero nosotros, nunca pensamos en esos nimios detalles.
Por lo menos, hasta aquel día.
La tragedia pareció gritar con fuerza hacía donde estábamos.
Mis padres fallecieron en un funesto accidente con su limusina. Mis tíos y mis
hermanos, se ahogaron en un desafortunado crucero de lujo. Hasta mis animales
de caza, desaparecieron del coto, dejando la fría escopeta sin recoger sus presas.
Todo se volvió en mi contra y me quedé solo.
Aquella noche, bajé al desván.
En la penumbra de aquel lugar antiguo, húmedo y
destartalado, apareció un resplandor.
Un gran espejo de mis antepasados, brillaba desde dentro.
Me acerqué sin miedo.
Miré el reflejo de mi cuerpo envuelto por aquella luz, pero
no me reconocí.
Un hombre anciano, calvo y con ropas sucias, me observaba con
desprecio, como si yo no fuera nadie.
- ¡Un respeto! – Quise gritarle - ¿Es qué no sabes quién
soy?
Hasta que me di cuenta de que aquella imagen, se suponía que
era yo.
Gritar o hablar con uno mismo es de locos. Nunca me habría rebajado
a aquello, si no hubiera sido porque el viejo comenzó a hablarme:
- Luis. Como tienes tan poca conciencia de ti mismo… quiero que repitas mis palabras.
Cerré los ojos, apretándolos con fuerza. Al abrirlos, allí
seguía el anciano calvo y con harapos, mirándome con sus ojos saltones
encendidos en cólera:
- Luis… ¿Es qué no me has escuchado? No eres nada.
¿Entiendes? ¡Nada! – La última palabra la gritó con tanta fuerza, que los demás
muebles y lámparas abandonados en aquel desván, temblaron – Una mota de polvo
en una sucia repisa, una simple gota en el agua del mar... ¡Nada! – Apuntilló.
Dejé de mirar al espejo, recordando la maldición de mi
familia:
- Nunca nos ha pasado nada malo, hijo – Me decía mi
madre, mientras movía sus gafas para ver de cerca, en la mano – Esas leyendas
no son más que historias de los abuelos. Papá Luis, era muy dado a las bromas.
De pequeño, las palabras de mi madre, lejos de tranquilizarme,
me hacían sentir más nervioso:
- Papá Luis era tú abuelo, ¿no? – Le preguntaba yo a
menudo – Pero su retrato en el salón da miedo…
- No hijo. No tienes que tener miedo. El miedo es de los
débiles – Solía intervenir mi padre, un robusto y sudoroso hombre de negocios, al
que recuerdo con un sempiterno puro entre los labios.
Aquellas conversaciones
con mis padres duraban poco. Mi miedo también. El temor, no era para
nuestra familia. Éramos demasiado importantes como para perder el tiempo con semejantes
idioteces.
- Tú no eres real – Le dije al reflejo del espejo – No
puedes estar hablándome, porque tan solo eres una ilusión de mi mente.
- Si que puedo hablarte – Respondió el viejo huraño – Y
además puedo atravesar el espejo y encontrarme contigo al otro lado.
Miré de reojo al anciano. Parecía reír, entretenido.
- Hoy has perdido a toda tu familia y sin embargo no has
derramado ni una sola lágrima – Continuó el viejo.
- Yo soy fuerte. No creo en la debilidad humana –
Respondí bajo un impulso de defensa.
- Está claro que no crees en nada. Por lo visto ni en ti
mismo.
Negué con la cabeza al oír aquello.
- Tus padres, tus hermanos, tus tíos eran como tú,
¿verdad? – Preguntó la imagen, esa sombra del espejo.
- Claro – Dije casi en un susurro – Mi familia no es de
esas que se muestran débiles y bondadosas. Somos los más deseados del lugar por
nuestras posesiones. Y también los más envidiados.
El anciano cruzó sus manos huesudas y deformes, y continuó:
- Pero hablas solo de posesiones materiales, Luis – Dijo
acentuando el nombre - Tu familia ya no está. ¿De qué les sirven ahora todas
esas riquezas?
- Las tengo yo – Respondí sonriente – Ahora son mías.
El énfasis que puse en las dos últimas palabras, hicieron
que el viejo se transformará en una gigantesca cabeza de dientes afilados:
- Eres un pobre infeliz – Gruñó – Lo único que piensas
que te queda, no existe. Realmente no eres el poseedor de nada.
La calva brillante del ser, resplandecía como la luna llena
reflejada sobre un mar en calma:
- Tienes que entrar en el espejo. Y tienes que hacerlo ya
– El grito agudo del anciano, se escuchó desde todos los rincones.
Las manos alargadas del hombre, salieron del gran espejo y sin
remisión, me atraparon impidiendo que pudiera escapar.
- ¡No! ¿Qué haces? – Me quejé con desesperación – No
quiero ser una sombra.
He permanecido dentro del espejo durante muchos años (aunque
me hayan parecido siglos).
He estado petrificado, perdido durante décadas, sin saber ni
comprender lo que me estaba pasando.
El viejo sin embargo desapareció del espejo, en cuanto yo entré
en él.
La oscuridad, el silencio y la locura me han acompañado como
buenos amigos, cada uno de los días y las noches de mi reclusión.
Nadie ha vuelto a entrar en el desván desde aquella fecha.
Nada ha cambiado, excepto yo mismo, hasta esta misma mañana.
Ha sido entonces, cuando he despertado y por fin he llegado
a comprender el significado de la maldición:
“No soy importante. Tan solo, una sombra de lo que creía ser.
Una mota de polvo. Apenas nada”.
He cumplido la misión que me encomendó aquel ser calvo y
sucio.
He comprendido lo más importante de mi existencia.
Por ello he vuelto. Y por eso, es a ese viejo, al que ahora
veo al mirarme en el espejo.
El hombre ya no me habla, ni me observa. Tan solo, hace lo
que yo hago. Agacha la cabeza y cierra los ojos a menudo, cansado.
Ese anciano ahora soy yo.
Un extraño reflejo de lo que fui. Una sombra en el espejo.
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