“Teresa, una vampira muy especial”
Era una mañana estrellada en el planeta Púrpura.
Aquel lugar estaba lleno de especies de todas las clases y de bosques
imposibles.
Las ciudades estaban construidas con materiales mágicos y casi todo el
mundo vivía en una calma inusual.
Hacia décadas que los enfrentamientos entre los diferentes habitantes del
planeta, se habían quedado en pausa.
En realidad, tenían muchas cosas en común, como por ejemplo que todas,
absolutamente todas las especies, eran de color púrpura. Nadie se escapaba del
hecho de ser de un solo color.
Bueno… nadie, no. Una joven recién llegada de la región de las lunas,
había nacido sin los colores típicos.
A Teresa le habría gustado ser como todos sus amigos. O quizás habría
deseado tener los colores vivos e infrecuentes de algunas especies voladoras.
Aunque éstas eran más bien una leyenda, ya que casi todo el mundo decía conocer
a alguien que las había visto, pero ellos nunca lo habían hecho. Comentaban que
eran amarillos, verdes, azules, marrones… Toda una gama de colores,
inimaginables para los seres del planeta Púrpura.
Teresa era especial porque había sido educada en una parte del planeta,
donde los ávidos, rápidos y carentes de sentido, vampiros púrpuras, se
enorgullecían de ser una de las pocas especies que podían crear magia de la
nada. Sus colmillos destacaban por encima de sus penetrantes ojos y nadie se
atrevía a llevarles la contraria.
Cuando Teresa nació fue un acontecimiento en todo el planeta. Era la
primera vez que un recién nacido, fuera de la especie que fuera, no nacía del
tono violeta esperado.
- ¿Qué colores son esos? – Se atrevió a preguntar uno de los tíos de
Teresa.
- Creo que son blanco y negro – Señaló la madre – Creo que son esos
colores… Aunque no lo tengo claro.
De hecho, nadie sabía exactamente de que color era Teresa. Ni tan
siquiera ahora, catorce años después de aquel magnifico acontecimiento, eran
capaces de distinguirlos.
La joven vampira había pasado una buena infancia cerca de las lunas del
planeta. A pesar de que casi nadie se acercaba a ella con intenciones de ser
simplemente su amiga, Teresa consideraba que había sido muy afortunada en aquel
distrito lunar.
La tarde que la joven dejó su amada roca, pensó que nunca volvería a ser
feliz. Sus padres habían encontrado un trabajo en el centro del planeta y toda
la familia vampírica se había trasladado sin rechistar.
- Comeremos a las dos – Le dijo su madre cuando por fin se hubieron
acomodado en la cueva púrpura – Así que no llegues tarde de tu paseo de
investigación.
La vampira era una gran aficionada
a los libros de aventuras y a las películas de intriga. Se conocía al dedillo
todas y cada una de las frases de los viejos clásicos, y creía que en cada
rincón había algo escondido dispuesto a ser descubierto.
- No te preocupes mamá – Señaló Teresa sin mucho convencimiento – No
tardaré… Mucho.
Aquellas fueron las últimas palabras que la madre de Teresa escuchó de su
hija.
Ya eran las siete de la tarde y la joven vampira aún no había regresado
de su búsqueda.
Su familia estaba muy preocupada. No porque Teresa fuera una vampira sin
experiencia ni amigos, sino porque era demasiado llamativa para aquella zona de
la ciudad.
Sin duda alguna, habían ido a vivir a un lugar repleto de color. Un único
color en diferentes gamas, hacían de ese sitio un paraíso para los turistas del
norte del planeta.
- De donde venimos – Solían decir a los autóctonos – las nubes no dejan
pasar la luz y siempre estamos rodeados de un color púrpura oscuro y apagado.
Ciertamente aquella zona del planeta hacía que Teresa pareciera más
diferente de lo que era.
Los tonos marcados de sus colmillos o la luminosidad de su vestimenta,
hacían que brillara como si tuviera una bombilla dentro.
- Por eso no tenías que haberla dejado sola – Reprochó el padre de Teresa
a su mujer – Es una niña muy especial. Cuando te vas a dar cuenta de que no hay
que dejarla investigar sola.
Mientras tanto la joven vampira, caminaba a trompicones por una de las
playas de piedras del planeta.
Detrás de ella, un grupo cada vez más numeroso de niños y niñas, la
seguían sin tregua.
- Nunca vimos alguien así – Se decían unos a otros – Seguramente no sabe
hablar.
Teresa se giró sobre si misma y les dijo:
- Sé hablar – Comentó – Tan solo soy algo distinta por fuera – Teresa se
arrodilló en una roca – Puedo demostraros que tenemos muchas cosas en común.
La chica comenzó a contarles a los niños, la magia de donde venía. Estaba
casi segura de que sus oyentes, pronto comenzarían a hacerle preguntas.
Sin embargo, muchos se rieron de ella.
- Una vampira negra y blanca – Grito uno de ellos – Menudo asco.
Aquel muchacho de color púrpura muy oscuro, se abalanzó sobre la pobre
Teresa con intención de hacerle daño.
Otros chicos, habían estado grabando todo lo sucedido desde el principio,
y así continuaron haciendo.
Cerca de las diez de la noche, la familia de Teresa la encontró en un
rincón de la playa.
No parecía ella. De hecho, sus colores se habían tornado de un tono
violeta muy parecido al de sus padres.
- No creímos que a ti también te ocurriría querida – Le dijo la madre
entre sollozos – Teníamos que habértelo contando mucho antes.
Teresa se quedó extrañada con aquellas palabras. Alzó la vista y preguntó
el por qué de aquello.
- Nosotros también somos de tus colores – Señaló el padre – Toda nuestra
familia nació de esos colores, pero desde pequeños aprendimos a esconderlos
para no llamar la atención…
- Sí – Continuó la madre – Tanto fue así que decidimos esconderte el
secreto, ya que no queríamos que sufrieras lo que nosotros habíamos sufrido de
pequeños.
- Aberraciones, peleas, discusiones sin sentido… - Expresó el padre con
remordimientos – Todo por ser diferente a los demás.
Teresa, dolorida aún por los acontecimientos de la tarde, apenas pudo
articular palabra.
- Pero – Dijo – Si somos muchos… ¿Por qué no nos juntamos y le enseñamos
al planeta quienes somos realmente? No hay que vivir escondido.
La joven vampira miró entusiasmada a sus padres, que comenzaban a
quitarse las pinturas de sus cuerpos.
- Está bien – Dijeron ambos sin dejar de limpiarse – Tienes razón
pequeña. Vamos a dejar de vivir en la sombra.
Con un abrazo cargado de vitalidad y de apoyo, Teresa se levantó de las
piedras con algo de dificultad.
- Seremos los primeros, pero no los últimos – Señaló la vampira – Estoy
segura de que hay muchas más familias como nosotros.
Caminando despacio, los vampiros se fueron lentamente hacía su casa. A lo
lejos un grupo de curiosos las miraban sin disimulo.
- Ahí van – Dijo uno de ellos – Creo que me voy con ellos – El joven se
restregó el cuerpo con una piedra y aparecieron los colores de los vampiros -
¿Quién se viene?
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